Golpe de Estado en Moscú: una apuesta con la muerte (de los golpistas o de Putin)

(Para David Rossi)
10/06/22

Usted lee los periódicos y tiene la impresión de que tarde o temprano el presidente ruso nos dejará -hay que decirlo- en paz por su muerte o depuesto por un golpe de Estado. Ambos casos son lo que los anglosajones denominan "ilusiones", expresión que en italiano podría traducirse como "quién vivió esperando..."

Lo cierto es que Putin -que ciertamente ha envejecido y parece enfermizo- probablemente no vivirá cien años no de una enfermedad muy grave y rápida, sino porque ningún líder ruso ha permanecido en el poder más allá de los 76 años y la esperanza de vida de un varón adulto en la antigua URSS es poco más de 65 años. Recordemos que el actual inquilino del Kremlin cumplirá 70 años en octubre.

Distinta es la situación en lo que se refiere -por así decirlo- a la destitución forzosa del líder ruso mediante una maniobra palaciega o un verdadero golpe militar con tanques en las calles de Moscú. Supongamos que debemos prescindir de los medios y la magnitud del esfuerzo: un golpe de Estado siempre es tal, ya sea que se quite al "líder supremo", por así decirlo, con suerte, como le sucedió a Jruschov en 1964, o si hay Son pocos los escrúpulos para eliminar físicamente al detentador del poder formal, destino que correspondía al zar Pedro III.

También especificamos que un golpe de Estado es, en general, un proyecto político de suma cero o, siempre usando el inglés, un juego de "winner-takes-all", es decir, donde siempre hay un ganador que se lleva todo y el del perdedor (o de los perdedores) no queda nada: si se quita al líder -con suerte o no- ganan los "golpistas"; si el líder gana, el juego está perdido para sus enemigos. Quien da un golpe de Estado y no considera este aspecto ya empieza con mal pie: todos los subterfugios y compromisos pertenecen a la fase anterior al intento de decapitación; durante y después del golpe de Estado implacablemente la lógica de el ganador se lleva todo.

Agregamos que el golpe también interrumpe una fase fisiológica y -más o menos- saludable de la vida constitucional de un país: si tiene éxito, establece lo que el mayor filósofo político alemán del siglo XX, Carl Schmitt, señaló como comisionado dictadura, es decir, la mera suspensión de la constitución a la espera de que los golpistas "rectifiquen" los agravios cometidos por el líder destituido, o una dictadura constituyente, en la que los "golpistas" -considerando, por así decirlo, también la orden constitucional "corrupto" - se comprometen a crear uno nuevo. Si, por el contrario, prevalece el viejo líder, la historia muestra que a menudo toma uno de los mismos caminos para erradicar el suelo del que habían surgido sus enemigos. En definitiva, la víctima es casi siempre la constitución, además de las libertades de los ciudadanos.

Dicho esto, podemos dirigir nuestra mirada a Rusia en 2022 y debemos, en primer lugar, preguntarnos: ¿quién podría liderar la iniciativa de un golpe de Estado? ¿De los militares? ¿De una de las fuerzas armadas? ¿De la - aparentemente muy leal - Guardia Nacional? ¿De las agencias de inteligencia? ¿Del parlamento? ¿De los oligarcas?

La respuesta es: no importa. Sólo cuenta lo que decíamos anteriormente: el que gana se lleva todo, el que gana viola el orden constitucional, el que pierde difícilmente tendrá una segunda oportunidad. En resumen, atacar el pedestal de Putin es muy arriesgado.

Más aún porque los otros partidos, que no participan en el golpe, tendrían todo que perder si le demostraran al líder -que no fue derrotado- que son neutrales. Por el contrario, los golpistas podrían usar la indulgencia con los "tibios" precisamente para ampliar la base de su legitimidad. En resumen, Putin paga dos veces: para premiar o para castigar, mientras que cualquier golpista siempre pagaría demasiado o demasiado poco.

Finalmente, está la pregunta más importante: hacia dónde dar el golpe. Putin no es un ectoplasma que traspasa muros, sino que se mueve constantemente en Moscú y Rusia, permaneciendo en el Kremlin solo el tiempo para encontrarse con personalidades que, por prudencia, no pueden estar involucradas en un golpe de estado, como líderes extranjeros, o altos funcionarios, a quien puede no gustarle estar involucrado y ser un estorbo. Luego están, por así decirlo, los clones de Putin, como Nikolai Patrushev, quienes, si se los deja tirados, podrían obstaculizar el éxito del golpe, incluso si se destituye al líder. En definitiva, derrocar a Putin con un golpe de Estado es una apuesta con la muerte que pocos harían.

Foto: archivo TASS (tanques en la Plaza Roja durante el golpe de Estado de 1991)