En el debate cada vez más acalorado sobre el futuro de la defensa europea, el episodio del 2 de abril de Ocho y media Protagonizó un auténtico choque de visiones entre filosofía, política y realismo. Invitados de Lilli Gruber: Massimo Cacciari, Aldo Cazzullo y la politóloga Nadia Urbinati.
Cacciari rechazó la idea de un rearme indiscriminado: “Sin un ejército europeo, cualquier esfuerzo militar corre el riesgo de ser inútil o, peor aún, perjudicial”. Según el filósofo, armar a países individuales en ausencia de una estrategia política común sólo equivale a fortalecer a los que ya son fuertes –Alemania en primer lugar– sin construir una verdadera seguridad compartida.
Cazzullo se muestra más práctico, al menos relanzando la urgencia de un “escudo defensivo” europeo. “Vivimos en un mundo inestable - dijo él - y Europa ya no puede confiar sólo en la OTAN o en la suerte. “Necesitamos un mínimo de disuasión”.
El quid de la cuestión sigue siendo la asimetría industrial, en gran medida vinculada a los fondos destinados a la defensa, que inevitablemente acabarán en el aparato de guerra alemán, primero en términos de capacidad de producción. Una dinámica que plantea cuestiones políticas: ¿quién se beneficia realmente de este rearme? ¿Quién controlará una futura defensa común? El riesgo, como suele ocurrir, es que todo termine en galletas y vino -un arte italiano envidiado en todo el mundo- mientras que las verdaderas decisiones se toman en otro lugar, en función de los intereses nacionales más que de los "Los europeos".
A la espera de un ejército común que todavía parece lejano, se corre el riesgo de gastar mucho sin obtener ni rendimientos en materia de seguridad ni estratégicos, en un momento en que Italia ya está bajo presión por obligaciones y dificultades internas. En este contexto, la cautela del primer ministro Meloni en los asuntos diplomáticos podría resultar una decisión visionaria, destinada a contener las repercusiones económicas. Como observa Cacciari, detrás de las habituales declaraciones de intenciones, se abre paso una Europa de acuerdos bilaterales más que de unidad. En definitiva, un mosaico que, una vez más, queda inacabado.
Sin embargo, la misma presión generada por estas crisis –desde la defensa hasta los aranceles– podría finalmente obligar a la Unión a tomar esa decisión. salto político esperado durante décadas:transformar Europa de una simple suma de Estados en una verdadera entidad federal, con una defensa común, una política exterior unitaria y una identidad compartida. Un desafío histórico y urgente que requeriría coraje y visión.
Pero también es necesaria honestidad intelectual: una Europa verdaderamente federal todavía parece hoy más un ideal que un horizonte concreto. Mucho menos utópicas, sin embargo, son las incógnitas que pesan sobre el futuro geopolítico global, en particular las vinculadas al otro gran actor que (realmente) preocupa a Estados Unidos: China.