La elección del cardenal Robert Francis Prevost como Papa sorprendió a muchos observadores internacionales, pero no es una elección neutral. Primer pontífice norteamericano de la historia, León XIV combina una vocación misionera enraizada en América Latina con una visión global, representando el injerto de una nueva figura en una fase histórica marcada por profundas fracturas internacionales. Su elección se produce en un momento de fuertes tensiones globales: desde la guerra en Ucrania hasta el conflicto en Gaza, desde las tensiones indo-pakistaníes hasta el resurgimiento de políticas económicas proteccionistas en Estados Unidos. La Iglesia católica, con esta opción, parece querer recalibrar su posición en el mundo, no tanto rompiendo con la tradición, sino optando por asumir un perfil más planetario, consciente de los desafíos estratégicos de nuestro tiempo.
En su primer mensaje, León XIV abrió su pontificado con palabras sencillas pero densas: “La paz sea con todos vosotros”. Una fórmula litúrgica, ciertamente, pero también una señal precisa: la paz es hoy la cuestión más urgente y, al mismo tiempo, la más esquiva. El Vaticano no tiene divisiones blindadas, pero permanece uno de los pocos actores globales capaces de ejercer una diplomacia transversal, basada en símbolos, conciencias y un lenguaje universal (Ferrari, 2008).
En este contexto, la elección del nuevo pontífice ofrece una clave estratégica de comprensión: ¿Qué papel puede desempeñar en la gestión de las crisis internacionales? ¿Y qué implicaciones podría tener esto para países como Italia, vinculados a la Santa Sede por una proximidad física, histórica y simbólica, y que hoy desempeñan un papel, directo o indirecto, en asuntos cruciales sobre los que esta Iglesia global podría ejercer una influencia significativa?
Nacido en Chicago y formado como misionero en América Latina, León XIV encarna una trayectoria personal y espiritual que entrelaza el Occidente Atlántico con la Iglesia de las periferias. No es un teólogo académico ni un diplomático de la Curia, pero se configura como un puente: entre el Norte y el Sur del mundo, entre la dimensión institucional de la Iglesia y su vocación misionera. Ex prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, ha desarrollado una experiencia directa en territorios inestables, trabajando entre comunidades marcadas por la pobreza, tensiones sociales y desafíos a la convivencia religiosa. No es ajeno, por tanto, a los lenguajes de la crisis, ni a los contextos en los que el Evangelio se traduce en supervivencia, mediación y reconciliación.
La elección del nombre Leo tiene un significado estratégico en este contexto. Por un lado, recuerda a León I, el Papa que se opuso a Atila y preservó la unidad espiritual de Roma en una época de fragmentación imperial. Por otra parte, León XIII, que en el corazón de la modernidad industrial abrió la Iglesia al diálogo social y a la doctrina de la justicia social con la encíclica Rerum Novarum, considerado un hito en la defensa de los derechos de los trabajadores y la justicia económica. No se puede descartar que León XIV quiera insertarse en la tradición de aquellos pontífices capaces de afrontar el desorden global con equilibrio y autoridad, sin aislarse ni ceder a la lógica de los bloques, sino favoreciendo una síntesis entre las exigencias eclesiales y las dinámicas geopolíticas, fundada en los valores del diálogo y del compartir.
El Papa inauguró su pontificado con palabras sobrias pero inequívocas: “La paz sea con todos vosotros”, una expresión que traza claramente su trayectoria. No sólo un deseo litúrgico, sino una declaración de intenciones. Su pontificado promete estar orientado a superar las identidades conflictivas, promover el diálogo a escala global y fortalecer el papel del Vaticano como tercer espacio –ni neutral ni cómplice– en conflictos que hoy parecen no tener solución.
La elección de un pontífice norteamericano se produce en un momento de fuertes tensiones internacionales, en el que el orden global está marcado por conflictos abiertos y fracturas cada vez más profundas. En Ucrania, la guerra de desgaste con el Russia ha llegado a una etapa de desgaste estratégico, donde la diplomacia tradicional parece impotente y los intentos de mediación religiosa –como los promovidos por Francisco– aún no han producido resultados tangibles (Ramsbotham, 2005). A GazaEl creciente conflicto entre Israel y Hamás está alimentando una radicalización sin precedentes, agravada por una polarización internacional que hace de cualquier intervención externa un objeto de desconfianza. Entre India e PakistanEl aparente enfriamiento de las relaciones esconde una aceleración del rearme y una creciente tensión identitaria, particularmente evidente en las zonas disputadas de Cachemira. En segundo plano, la política económica estadounidense bajo el liderazgo de Trump reactiva lógicas proteccionistas y musculosas, agudizando las fracturas comerciales y estratégicas entre Estados Unidos, China ed Europa.
En este contexto, León XIV emerge como un actor transversal significativo. Su nacionalidad estadounidense no es una simple coincidencia histórica, sino que encarna, en el lenguaje simbólico de la Iglesia, una convergencia entre la tradición diplomática vaticana y el horizonte estratégico de Occidente (Nye, 2005). Su formación latinoamericana y su experiencia misionera en el Perú lo sitúan a clara distancia de la tradicional postura hegemónica de los líderes estadounidenses. León XIV no es un papa imperialista, pero podría ser un auténtico papa puente: mediador entre superpotencias, intérprete entre bloques culturales y facilitador entre modelos de desarrollo opuestos.
En un mundo donde las grandes potencias luchan por encontrar espacios de acuerdo y las organizaciones multilaterales dan signos de debilidad, la Santa Sede podría reafirmar su papel tradicional de potencia “moral-estratégica”, autoridad capaz de dialogar con todos y colocar en el centro de la escena internacional cuestiones a menudo descuidadas por los aparatos estatales: la dignidad, la reconciliación y la perspectiva histórica de las civilizaciones.
En un sistema internacional donde las líneas diplomáticas oficiales están cada vez más bloqueadas por intereses de poder, restricciones internas y estrategias de desintermediación, la Iglesia Católica mantiene una capacidad única: ofrecer un espacio de diálogo informal, neutral en los medios pero firme en los principios, donde incluso los actores más distantes puedan encontrar puntos en común. Una diplomacia que no se base en resoluciones ni en relaciones de poder, sino en la posibilidad –nunca dada por sentada– de reactivar el diálogo y reconstruir el lenguaje de la confrontación.
Con el paso de los años, esta función ha evolucionado, adaptándose al declive del modelo estadocéntrico y a la creciente fragmentación de los actores en el campo (Ikenberry, 2011). Aunque la Santa Sede hace tiempo que dejó de ser una superpotencia moral, sigue siendo una autoridad reconocida gracias a su estabilidad, su red de contactos locales y su capacidad de actuar como portavoz de valores universales. En escenarios de crisis como Líbano, Irak, el Sahel y el Cáucaso, así como en tensiones entre China y Occidente, el Vaticano sigue manteniendo abiertos canales de diálogo allí donde otros han erigido barreras.
Bajo León XIV, esta función pudo conocer una aceleración importante. Su experiencia misionera le permitió afinar su sensibilidad hacia el valor de las relaciones interpersonales, la importancia del silencio como gesto estratégico y la necesidad de leer la fragilidad de las comunidades locales como una señal geopolítica, incluso antes que pastoral. Al mismo tiempo, su origen estadounidense –en un país a menudo percibido como un centro de polarización– representa tanto un desafío como una oportunidad. Por una parte, el nuevo pontífice tendrá que demostrar que no es el “Papa de Occidente”; Por otra parte, podrá utilizar su posición para reconstruir vínculos rotos y fomentar convergencias éticas sobre cuestiones globales cruciales, desde la inteligencia artificial hasta la seguridad alimentaria y el cambio climático (Fukuyama, 2011). En este contexto, la Santa Sede puede reafirmar su papel como plataforma diplomática paralela, complementaria a los actores institucionales pero no una alternativa a ellos.
Italia, gracias a su proximidad histórica, cultural y operativa a la Santa Sede, ocupa una posición privilegiada para interceptar y valorizar esta función diplomática. El nuevo pontificado abre una importante ventana de oportunidad para Roma, permitiendo el desarrollo de iniciativas comunes, sinergias civiles-militares y estrategias de comunicación convergentes, fortaleciendo así el papel de Italia como país de mediación y estabilización en el Mediterráneo y más allá. La elección de un Papa norteamericano, misionero pero profundamente arraigado en la red institucional vaticana, inaugura una fase de redefinición estratégica también para Italia, que alberga la Santa Sede pero que hoy se encuentra en una Europa marcada por la complejidad y la fragilidad estructural. La proximidad geográfica y simbólica al Vaticano no implica necesariamente una influencia directa; Por el contrario, la proyección global de León XIV podría desplazar el centro de gravedad de la Iglesia hacia nuevas áreas de interés, desde América Latina hasta el Pacífico, pasando por África y el sur de Asia. En este escenario, Roma corre el riesgo de encontrarse territorialmente cercana, pero menos central en la dinámica estratégica del nuevo pontificado.
Sin embargo, esta aparente discontinuidad puede traducirse en una oportunidad. Italia, a pesar de no tener las herramientas para poder duro comparable a las de las grandes potencias, conserva una activo característica distintiva: su proximidad estructural a la diplomacia vaticana y la posibilidad de desarrollar sinergias efectivas entre la Farnesina, el Estado Mayor de la Defensa y las estructuras de la Santa Sede en expedientes compartidos. La estabilización del Mediterráneo en su conjunto, la lucha contra el tráfico internacional, la gestión de las crisis humanitarias y la mediación de los conflictos interreligiosos representan sólo algunas de las áreas en las que una colaboración informal pero estratégica entre Italia y el Vaticano puede consolidar la credibilidad y la coherencia de la acción italiana.
Para Europa, la llegada de León XIV representa un desafío sutil pero significativo. Tras décadas en las que la Iglesia tuvo una fuerte impronta europea –y, con Francisco, una sensibilidad latinoamericana–, el liderazgo norteamericano de León XIV está obligando a los países miembros de la Unión a reconsiderar su relación con el Vaticano, ya no sólo como patrimonio cultural, sino como un interlocutor político independiente. En un momento en que Europa lucha por delinear una estrategia común en política exterior y de defensa, el nuevo pontificado podría, paradójicamente, ofrecer una oportunidad: la de redescubrir el Vaticano no como un simple espejo de Europa, sino como una lente capaz de proporcionar una perspectiva menos egocéntrica y más global sobre la crisis de Occidente.
Para Italia, el desafío es doble: preservar el diálogo privilegiado con la Santa Sede y transformarlo en una palanca estratégica para fortalecer su centralidad en los teatros regionales más críticos. El juego no se juega sólo en los palacios romanos, sino en la capacidad de escucha estratégica, de lectura transversal y de acción discreta que Italia sabrá poner en juego con inteligencia y visión.
La elección de León XIV no representa una cesura, sino que inaugura una transformación silenciosa en la postura internacional de la Iglesia. Marca la transición de una fase caracterizada por el impulso misionero y la diplomacia moral de Francisco a una posible temporada de mediación estable y de escucha global, guiada por un pontífice que conoce el peso de las periferias pero también el lenguaje de las instituciones. No se trata sólo de un cambio de liderazgo espiritual, sino de una transición crucial para uno de los actores no estatales más influyentes en el escenario internacional.
En una época caracterizada por el regreso de los conflictos armados, la crisis del multilateralismo y el resurgimiento de la lógica del poder, la Iglesia católica todavía puede representar un espacio de discontinuidad estratégica, capaz de aliviar tensiones, delinear caminos alternativos y reafirmar la primacía del diálogo, incluso allí donde parecía irremediablemente comprometido. Nunca antes este papel ha sido más necesario.
Mientras León XIV inauguró su pontificado con un mensaje de paz universal, las imágenes del desfile militar en Moscú muestran un mundo todavía inmerso en la lógica del conflicto. Putin y Xi Jinping, uno al lado del otro en la Plaza Roja, no sólo son el símbolo de una alianza sólida, sino también la señal de un reequilibrio de las esferas de influencia en Eurasia, con Pekín ahora como protagonista absoluto de la confrontación estratégica global..
En este escenario, el Vaticano bajo el liderazgo de León XIV podría emerger como un actor capaz de ofrecer un espacio de mediación auténtica, lejos de la retórica del poder y de las exhibiciones de músculo. El nuevo pontífice, con su formación misionera y su conocimiento de las periferias globales, tiene la oportunidad de reafirmar la primacía de la diplomacia moral, proponiendo un lenguaje alternativo al de la fuerza militar desplegado en Moscú.
Para Italia, el nuevo pontificado es al mismo tiempo un desafío y una oportunidad. A sfida, porque exige a Italia superar toda inercia histórica y redefinir, en clave contemporánea, su relación con la Santa Sede. Pero también es unaoportunidad, porque nos permite potenciar una proximidad única con el mundo, transformándola en palanca diplomática y estratégica en un contexto que exige visión, equilibrio y responsabilidad.
León XIV no podrá resolver los conflictos del mundo, pero sí podrá reabrir las preguntas que la violencia ha silenciado. Para Italia, saber escucharlos con lucidez ya será un acto estratégico.
Andrea Lancioli (oficial y profesor de Historia Militar)
Nore y referencias
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Ferrari S. (2008), 'Hacia una nueva política mediterránea de la Santa Sede'en Revista de Estudios Políticos Internacionales, Nueva Serie, Vol. 75. N° 1 (enero marzo de 2008), RSPI;
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Ramsbotham O., Woodhouse T., Miall H. (2005), 'Resolución de conflictos contemporáneos: la prevención, gestión y transformación de conflictos letales', Prensa política.;
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Nye J. (2005), 'Poder blando: el medio para el éxito en la política mundial'Asuntos Públicos.
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Ikenberry J. (2011), 'Leviatán liberal: origen, crisis y transformación del mundo americano', Prensa de la Universidad de Princeton.
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Fukuyama F. (2011), 'El origen del orden político: desde los tiempos prehumanos hasta la Revolución Francesa', Farrar, Straus y Giroux.
Foto: Santa Sede