La tregua en Gaza fracasa como se esperaba. La operación israelí "Fuerza y Espada" se ha puesto en marcha a raíz de las acusaciones realizadas por el Primer Ministro Netanyahu contra Hamás, culpable de haber “Se negó repetidamente a liberar a los rehenes y rechazó las propuestas recibidas del enviado estadounidense, Steve Vitkoff”.
Los ataques, desde la perspectiva israelí, fueron parte de operaciones preventivas destinadas a “neutralizar la disposición a lanzar ataques terroristas, la acumulación de fuerzas y el rearme de Hamás”. Según las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), los ataques aéreos impactaron “comandantes militares de rango medio, funcionarios de liderazgo e infraestructura terrorista”.
A la luz de la situación, la intervención de la ONU parece, una vez más, haber tenido poco impacto, incluso revisando las escenas de la liberación parcial de los rehenes israelíes. El teatro internacional se anima aún más y si Turquía por un lado condena de nuevo a Israel, por otro Tel Aviv subraya la posibilidad de que Hamás estuviera dispuesto a atacar de nuevo, en un resurgimiento del 7 de octubre de 2023, por tanto sujeto a una acción preventiva que, ahora más que nunca, pone a los demás rehenes con vida, frente a un destino incierto. Pero toda la zona está en crisis, basta con mirar a Yemen, blanco de ataques mucho más decididos, mientras los rebeldes hutíes proiraníes anuncian una escalada en el Mar Rojo; a Jordania, que está cada vez más bajo presión; a una Siria más que inestable, desgarrada por conflictos internos y violentos enfrentamientos fronterizos con Hezbolá del Líbano.
Está claro, pues, que el acuerdo de tres fases promovido por Trump se basaba en bases frágiles, incapaces de garantizar el paso a fases posteriores útiles.
Al parecer, todavía hay 59 rehenes retenidos por militantes de Hamás, incluidos 22, probablemente, sigue vivo. Una fuente de Hamás dijo que el movimiento “está trabajando para frenar la agresión de Israel”.
Al reanudar las operaciones, Netanyahu amenazó a Hamas con ataques de una violencia sin precedentes si no liberaba a todos los secuestrados, con el visto bueno del ultraderechista Itamar Ben-Gvir. La Casa Blanca confirmó, sin embargo, que había sido advertida, y el mando de las incursiones fue confiado al nuevo jefe del Estado Mayor de las FDI, Eyal Zamir, y al políticamente precario director del Shin Bet (agencia de inteligencia encargada de la seguridad interna), Ronen Bar. Tsahal ha aclarado que las operaciones, además de los ataques aéreos, continuarán "mientras sea necesario".
No hay duda de que la reanudación de los combates, además de la liberación de los rehenes, tiene como objetivo destruir a Hamás como fuerza política y militar. Es imposible no recordar al recientemente destituido Jefe del Estado Mayor, Herzi Halevi, quien, en una rara muestra de dignidad, asumiendo la responsabilidad por su fracaso en la defensa de la población israelí, prefirió dimitir, también a la luz de las difíciles relaciones que mantenía con el Primer Ministro, basadas en la falta de una estrategia de posguerra.
De naturaleza distinta es el general Eyal Zamir, autor de una estrategia agresiva destinada a contrarrestar el régimen iraní, y que lucha en siete frentes exteriores y uno interno, caracterizados por el rechazo a las presiones políticas que se materializaron en la atribución de pesadas responsabilidades a las FA y a la Inteligencia para la debacle de 2023.
De archivo: IDF