El recuerdo del dia

10/02/24

La historia es una profesión demasiado importante para dejarla en manos de partidarios de cualquier tipo o fanáticos dispuestos a hacerse eco tontamente de las interpretaciones de los propios partidos.

La historia es todo el relato humano, todo el conjunto de ideas, creencias, hábitos, pequeños gestos cotidianos, choques y encuentros, que determinan cómo la especie más sensible, pero no siempre razonadora, de este planeta lleva a cabo su vida a través del tiempo.

Una época que la élite entre nosotros ni siquiera puede definir unívocamente. Somos pequeños faros de conciencia que se encienden y apagan dentro de tal misterio que ni siquiera podemos contar con la existencia de la luz de las estrellas. De hecho, dependiendo de su distancia, se emitió hace decenas o cientos de años, aunque lo vemos ahora. Puede que hayan desaparecido mientras tanto, y hoy, en nuestro cascarón de tiempo, contemplamos una luz que no existe, pero que aún brilla para nosotros.

Así como para el viajero nocturno de Leopardi cada estrella es importante para encontrar el camino, así también para el historiador cada testimonio del pasado es importante para rastrear la verdad. Apagar una voz, destruir un monumento, borrar un reflejo, prohibir por ley o convención social la libre lectura e interpretación de fuentes o parte de ellas, es un delito contra el pensamiento.

Un crimen que es perpetrado por cualquier sistema de poder pro tempore, que para justificar su existencia, legitimar su inevitabilidad, disuadir cualquier posibilidad de crítica de sus acciones, intenta borrar y demonizar lo que había antes, lo merezca o no.

Este intento de perpetuar su influencia en la forma en que se cuenta la historia permanece intacto incluso cuando el sistema de poder que lo sustentaba se extingue. Y sucede que los familiares del Sr. Savoia, recientemente fallecido, pide que su familiar sea enterrado -y recordado al mismo tiempo- en un lugar donde se conserve el recuerdo de lo que fueron. Como bien decía Ugo Foscolo, la urna en la que uno es colocado es fundamental para perpetuar el legado de afecto que uno deja. Y ser colocado en un lugar no designado para la memoria colectiva significa la extinción definitiva de ese legado y el fin del autoengaño de seguir contando para algo.

Y del mismo modo, el sistema de poder -entendido en un sentido general y no destructivo- que existe en Italia desde el final de la Segunda Guerra Mundial ha ejercido su influencia sobre lo que merecía ser recordado y lo que no. Se dio gran importancia a algunos acontecimientos y a algunas muertes, porque eran percibidas como propias y dignas de memoria. A otros se les ha negado durante mucho tiempo la memoria e incluso la existencia, como los miles de italianos muertos en la foibe.

La negación del mal es un fenómeno individual y social perfectamente comprensible. Cada individuo y cada sociedad se definen a sí mismos como inherentemente buenos y justos. Y lo hacen de forma subjetiva y sobre todo en comparación con los demás. La afirmación de la propia historia como intrínsecamente mejor que la de los demás es el supuesto básico sobre el que se basa cierto tipo de autoestima. Por lo tanto, aceptar que somos capaces de hacer el mal como cualquier otra persona socava nuestra propia identidad, y los hechos, documentos e ideas que nos ponen frente al espejo demostrando precisamente esto deben ser anulados a toda costa.

Para quienes buscan la verdad, la autoestima y la comparación positiva de uno mismo con los demás no tiene valor. Y para un historiador, una de las pocas verdades universales es que los partidos pro tempore no importan, mientras que las vidas humanas, cada pequeña estrella en medio del cielo del tiempo, son lo único que importa.

Todo ser humano aprende esta verdad cuando, fuera de las liturgias de los días de recuerdo, experimenta una pérdida personal. Es entonces cuando los días de la memoria se transforman en la memoria del día, aquel después del cual nada será igual. Aquel en el que a cada uno de nosotros se le irá una golondrina volando en el cielo equivocado.

Fernando Scala