El nuevo presidente de Chile intenta cambiar el país

(Para andrea fuerte)
11/03/22

En Chile, asume oficialmente el ganador de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 19 de diciembre de 2021, Gabriel Boric (foto de apertura, derecha), candidato de la coalición progresista (Frente Amplio). El perdedor es el líder de la extrema derecha (Frente Social Cristiano), José Antonio Kast.

El alcance de esta victoria debe verse a la luz de la figura de la democracia chilena. Figura impuesta por la dictadura de Pinochet en 1980 cuando impuso una constitución donde la democracia solo enmarcaría la continuidad del poder de las viejas aristocracias burguesas, que habían apoyado al propio Pinochet. La dialéctica democrática subsiguiente de las últimas décadas era entonces en realidad una forma que encubría una jerarquía. En Chile, como en otros países sudamericanos, el proceso de formación nacional ha mantenido intacto el carácter elitista de la ocupación y la gestión del poder. El punto fundamental de la política chilena, por lo tanto, siempre ha sido no la dialéctica entre una derecha y una izquierda en términos occidentales, sino entre un arriba y un abajo, entre los que tienen y los que no tienen, y más aún entre los que tienen la derecha. tener y los que no tienen derecho a tener, entre los que son superiores y los que son inferiores. Es una concepción del derecho entendido como patriciado, que siempre ha sido imaginado como la encarnación de la nación y por tanto el custodio del derecho a la dominación ya los recursos. Derecha reaccionaria y también militarista, que encontró su última y dramática expresión en la dictadura de Pinochet. Para esta clase dominante, el tránsito de esa dictadura a la democracia no significó el abandono de ciertas cosmovisiones, sino el intento, hasta ahora exitoso, de imponerlas en una estructura diferente, la democrática.

Décadas de libertad política no han erosionado la existencia de un nivel superior e inferior de participación nacional en todas sus articulaciones, es decir, social, educativa, de salud, previsional, etc. Todos sectores en los que el privilegio decide quién es cuánto puede acceder a él.

Estas son las fuerzas contra las que ha prevalecido Boric y que quiere cambiar. El aplastamiento, primero de las clases bajas, luego de las medias, llevó a las grandes protestas de 2019, que resultaron en la decisión de convocar a una asamblea constituyente, actualmente comprometida con la redacción de una nueva constitución (a ser aprobada en 2022, será ser una variable fundamental para entender cuánto será capaz de cambiar el país el nuevo presidente) y condujo a la victoria en diciembre pasado.

La batalla electoral fue brutal y sincera. Brutal porque está en juego quién encarna el país, qué es el poder y quién lo posee. Sincero porque por un lado no hubo una re-proposición nostálgica de la dictadura (la dictadura nunca fue la fuente de la fuerza de estas oligarquías, sino sólo la expresión circunstancial de su poder) mientras que por el otro el candidato progresista logró ganar precisamente porque ha demostrado que no quiere una revolución traumática, sino un cambio sostenible para ambos bandos. La sostenibilidad política es, por tanto, el concepto clave que permitió abrirse paso al nuevo presidente, además de que el bando perdedor sigue dominando toda la columna vertebral del Estado y, por lo tanto, se imagina inexpugnable, incluso frente a este claro derrocamiento político.

Boric entendió que cualquier cambio es concebible solo con la inclusión y participación del mundo actual arriba y no contra él. Precisamente para tranquilizar a estos opositores, el nuevo equipo de gobierno presenta como ministro de Presupuesto al presidente del Banco Central Mario Marcel, un hombre de mercados y liberalismo, el hombre de “arriba”. El presidente intentará entonces que la redistribución de los recursos, la mayor tributación y la ampliación de los servicios sean implementadas, precisamente por un hombre que se oponga a ellas, y que intentará aplicarlas o entorpecerlas según el tipo de compromiso, que de de vez en cuando Boric propondrá al mundo, de donde viene el ministro. Sobre todo, es un nombre que permitirá a Boric presentarse como el hombre de un futuro, que no llega como un rayo, sino como un puente. Sin embargo, la sustancia de la renovación es sólida, a partir de los números (14 mujeres de 24 miembros, todas en roles clave) y los nombres.

Entre las más innovadoras está la nueva ministra del Interior, Izkia Siches (foto), médica, mujer y feminista, que manejará el componente más simbólico del mundo represivo en la historia de Chile, Carabineros. Precisamente, reformando su planteamiento ideológico, Boric pretende ante todo emancipar e incorporar definitivamente a la minoría indígena mapuche, frecuentemente oprimida por esta fuerza, que la considera ajena e inferior al "ADN" de la nación. La nieta del difunto presidente Allende, Maya Fernández Allende, asumirá en cambio el departamento de defensa. Ambos son un claro mensaje a los mundos que derrocaron a su abuelo. Con estos viejos y nuevos nombres, el presidente confirma que quiere el cambio, pero que lo quiere para todos y todas.

Pero todo tiene un precio. La del cambio interno es la reconfirmación de las coordenadas geopolíticas en las que se inscribe el país. Boric es muy consciente de que Chile es parte del jardín de Estados Unidos, representado por América del Sur. No quiere contradecir esa pertenencia, pero el papel que su país puede jugar en ella le puede permitir sobre todo no solo sufrir el actual desafío entre Estados Unidos y China, sino explotarlo a su favor. Sabe que ser periferia no significa necesariamente ser débil, porque para cada periferia la cooperación bien coordinada con las demás puede aumentar su peso y apoyar su cambio desde dentro, manteniéndose leal al hegemón de referencia. Por poner un ejemplo, a las clases "aristocráticas" de Chile les traerá la confirmación de los tratados de libre comercio, pero pretende usar esas reafirmaciones tranquilizadoras, para coordinarse entre satélites y así aumentar la resistencia a las presiones de las grandes potencias. Se intentará entonces utilizar la política de regionalismo abierto como justificación de las fronteras abiertas a la inmigración, de la gestión común de los recursos en zonas de tensión con los países vecinos, etc...

En última instancia, sin embargo, el cambio que propone Boric es tan profundo que lo obliga a lastimar a las mismas personas que votaron por él, así como a los antiguos maestros del país. Es como si la democracia chilena fuera un coto de caza habitado por lobos y venados. Los ciervos se ven obligados a permanecer en este territorio, porque en él solo crece la hierba, que los lobos conceden. Lo conceden porque ellos mismos se alimentan de los ciervos. Pero ahora un ciervo se ha convertido en el jefe de la reserva. No quiere matar lobos (en la historia de Chile esto ha resultado imposible), sino intentar que se conviertan en herbívoros y puedan vivir juntos. Incluso esto hasta ahora ha resultado bastante imposible en América del Sur, pero Chile es un laboratorio y Boric ha dado los pasos correctos por ahora.

Foto: Gobierno de Chile / Mediabanco Agencia